CONTROLAR LAS VELAS, NO EL VIENTO

Algo nuevo está emergiendo, ¿lo sientes? Se percibe en el aire, en los cambios que vivimos a diario, en la búsqueda de nuevas respuestas.

 

Te invito a hacer un pequeño ejercicio conmigo: aprieta los puños mientras cuentas hasta 50 sin soltar ni por un segundo. ¿Te das cuenta del esfuerzo que significa controlar, retener y apretar? Pues así la pasamos. Ahora abre poco a poco las manos para sentir cómo la vida fluye mejor de esa manera: ¡qué alivio! Sin embargo, requerimos de las dos fuerzas para crear, avanzar y crecer, el yin y el yang, el principio masculino y femenino de la concepción; energías que juntas establecen el equilibrio y el balance.

 

La falta de interioridad nos sofoca

La tendencia de hoy es vivir con los puños y dientes apretados; inmersos en el hacer, hacer, hacer hemos olvidado el ser. Cuando en altamar el viento sopla fuerte no tenemos tiempo para pensar –no queremos tenerlo– ni espacio para crear, debemos apresurarnos y hacer lo necesario para salvaguardar la vida. Pero no podemos estar en continuo estado de emergencia; en eso hemos convertido el día a día.

Buscamos reforzar nuestra autoestima con adrenalina y con la cantidad de cosas que hacemos y acumulamos en el menor tiempo posible. ¿Y el gozo y la conexión con uno mismo dónde quedan? Incluso los fines de semana los llenamos de actividades y vamos en contra de nuestro ritmo biológico y, así, perdemos la armonía. ¿Te das cuenta?

Nos parece que el tiempo se acelera, vivimos sumergidos en un estado de interconexión adictiva

hacia fuera, la mente salta de aquí para allá inundada por información que no alcanza a procesar del todo. Mientras, en el fondo, añoramos la calma que alguna vez conocimos, en la que no había prisas. Momentos en que nos conectábamos con nuestros pensamientos y emociones, ¿lo recuerdas?

Cuando nos enteramos de suicidios de personas famosas como Avicii, Kate Spade o el chef Anthony Bourdain, quienes en apariencia tenían absolutamente todo, repensamos aquello que buscamos. Me encanta la frase del actor Jim Carrey: “Creo que todo el mundo debería ser rico, famoso y hacer todo aquello que siempre soñó. Así se daría cuenta de que esa no es la respuesta”.

Las crisis personales de los famosos son una muestra de lo que mucha gente vive día con día. Se cree que tener dinero es ser feliz, por lo tanto, se sacrifica todo por acrecentarlo. No obstante, esa misma incertidumbre y sus trances de insatisfacción son los que despiertan la búsqueda de la mayoría por algo distinto y crean el escenario para descubrir nuevas formas de vida.

Anima ver que aunque el mundo está en aprietos hay un anhelo, una búsqueda de algo que –aunque bien a bien no se sabe qué es– apunta hacia una vida más plena, más empática, más cercana a las leyes de la naturaleza, que nos regrese la paz y el bienestar. Buscar el alma es la esperanza. Cuando queremos ser felices, el esfuerzo se dirige a controlar las velas, no el viento.

 

Lo que requerimos es tiempo

Hacernos de espacios de silencio y descanso, acallar el ego y atender lo que el alma susurra y anhela. El alma existe en una dimensión de conciencia, más allá del tiempo-espacio, la cual nos regala una experiencia de serenidad, claridad y unidad con el Todo.

Ese es el único camino para detener el frenesí en el que vivimos. Tomemos el ejemplo de las antiguas culturas china y japonesa, en las que la ceremonia del té podía durar hasta seis horas: vestirse, prepararse, perfumarse para tener un encuentro de alma a alma, mientras se toma una simple y prodigiosa taza de té era lo importante.

Gabriela Vargas

Empresaria, conferencista a nivel nacional e internacional, primera asesora de imagen de México, comunicadora en prensa escrita, radio y televisión, esposa, madre de tres hijos y abuela de ocho nietos.