COMIDA Y BEBIDA EN MÉXICO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX (2 de 2)

Le recuerdo la ficha del libro aquí reseñado en clave gastronómica: “El vendedor de silencio”, la biografía novelada del periodista Carlos Denegri, el tipo más influyente en el diarismo nacional (cuando dicho periodismo si tenía alcance nacional). Este sí, hombre del cuatro poder. Con maestría narrativa y una gran investigación como urdimbre íntima del texto, Enrique Serna realizó una fabulosa disección de semejante espécimen de la fauna no sólo del periodismo, sino hombre perteneciente a los vericuetos del poder y sus entresijos y callejones más intrínsecos y sucios.

Serna reconstruye los lustros, los años de México en los periodos presidenciales de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Gustavo Díaz Ordaz y viene el apagón de la estrella y poder de Denegri, bajo el mandato de Luis Echeverría Álvarez como Presidente de México. Pero, no obstante ser un periodo digamos, relativamente reciente en al historia de México, ¿qué se comía en ese entonces en las esferas del poder político? ¿Qué bebidas se acostumbraban, con qué se maridaban? Cuando se quería apantallar a alguna musa de buen ver, ¿a qué lugares era obligado llevarla en ese entonces, cómo se llamaban, qué servían? No pocas veces se les critica una y otra vez a los narradores mexicanos de ciertas y garrafales pifias: no hay verosimilitud literaria, los personajes no van al baño, no fornican, no comen, no beben, no defecan, sólo hay palabras: ecolalia, fantasmas los cuales pueden habitar un año, un lustro o cien años, pero nunca, nunca comen ni van al baño.

En la novela de Serna, aunque parcos los ejemplos, si abundan en lo anterior. Transcribo algunos y su respectiva página: “(En España) Imposible saldar la deuda: en vino, mujeres y jarana te has quemado las ganancias de la fábrica de pasaportes… Bebes a solas anís y manzanilla, te miras con morosidad en los espejos con marco dorado.” Página 118. “Juanelo, el capataz, un güero de rancho grandulón y simpático, los recibió con una botana de quesillo fresco fabricado en la granja y una bandeja de golosinas para los niños.” Página 129. “Les ofreció uno de los cocteles especiales de la casa, el Mai Tai, que llevaba dos tipos de rones, jugo de lima y un chorrito de curazao… Denegri pidió un Glenfiddich…” (Restaurante “Manua Loa”). Página 145.

“Un sábado por la mañana, a mediados de agosto, me desperté con una cruda apocalíptica tras una noche de juerga con Mauricio Gonc, en la que nos tomamos dos jarras de caipirinha, manoseando a las meseras de un bar. Quise salir a curármela en una cantina de Botafogo, donde servían de botana una deliciosa picanha…” Página 106. Les habían dado la mejor mesa del Restaurante del Lago, frente a uno de los ventanales que daban al espejo del agua, y en la hielera se enfriaba una botella de champaña. Tomó la mano derecha de Natalia y se la besó dedo por dedo con morosa lascivia.” Página 361.

Regresaré con una coda. Por cierto, hay un episodio que se desarrolla, breve y certero, en el Hotel Los Magueyes, aquí en Saltillo.

 

Jesús R. Cedillo

Columna: Contraesquina / Salpicón Jesús R. Cedillo nació en Saltillo, Coahuila en 1965. Escritor y periodista. Ha publicado en los principales diarios y revistas de la república Mexicana. Ha publicado varios libros de poemas entre ellos: Sometimiento al relámpago (CNCA. Con dos ediciones, 1993 y 2001) y Alabanza de los frutos (Verdehalago, 2000). Ha obtenido siete Premios de Periodismo cultural de la UA de C en diversos géneros periodísticos. Su trabajo ensayístico está antologado en volúmenes editados en la capital de la república. Actualmente tiene en preparación el volumen de ensayos: Las formas del fuego y el libro de poemas, El Libro de los Reinos. Se dedica al periodismo y la literatura de tiempo completo. Cursa estudios de teología.