COCA-COLA Y PANDEMIA

CEDILLO

Hay dos situaciones o cosas las cuales llegaron para quedarse: la maldita pandemia que nos tiene de rodillas y una Coca-Cola. La primera es una condena (el Covid, el bacilo chino), la segunda es una especie de tabla de salvación en días de calor ingrato (una refrescante Coca-Cola). Un texto pretérito aquí publicado  gustó a lectores como usted el cual hoy me favorece con su atención dominical. Fue el texto de “Una Coca-Cola para el calorón.” Pues sí, agregamos entonces un factor más y completamos una tríada de miedo y solo una salvación posible: la pandemia y el agobio del calor asfixiante y solo como puerta de salida, una Coca-Cola a la mano.

“Se supone que quien toma una botella de Coca-Cola todos los días a una misma hora sucumbe al hechizo de una adicción semejante a la del cigarrillo o el café. Se supone que eso se debe a un ingrediente secreto. Según ciertos entendidos, la Coca-Cola contenía cocaína hasta 1903, y sus orígenes permiten suponer que es cierto”. Las anteriores letras, elogio encendido y fervoroso y crédulo, son nada menos que del santo patrono de Colombia, Gabriel García Márquez. Las dejó tatuadas para la eternidad en un texto fechado el 14 de octubre de 1981. Amén de hacer un largo y dilatado recorrido por el mundo (el texto transcurre entre La Habana, Cuba; Rusia, Estados Unidos y Colombia), el Gabo lo anuda y teje con el sabor de una Coca-Cola.

Fue inventada o creada como medicina, como un “tónico”, como bien le acostumbraba decir mi padre cuando yo era un niño. Un cierto doctor Pamberton, boticario y alquimista de Alabama, Georgia (1886), envasaba el líquido en frascos y se expedía en el mostrador de las boticas como remedio para curar todo tipo de males, entre ellos los “dolores menstruales”, “espasmos de vientre”, “cólicos de madrugada.”

Gabriel García Márquez, toda su vida reportero, dejó un texto perfecto en una columna periodística en 1952, “El bebedor de Coca-Cola”, imagino, en franca referencia al famoso cuadro “La bebedora de Ajenjo”, de Picasso. En éste, retrata de cuerpo entero al catalán, al sabio y amigo ibérico exiliado en Colombia que le  sirvió de prototipo para varios de sus personajes de cuento y novela, Ramón Vinyes. El viejo Vinyes bebía café y Coca-Cola. Coca-Cola y café. Amén de ello, dictaba su cátedra y leía. Leía todo el tiempo. Era un lector asaz. En su retrato en letra redonda, el Gabo escribe: “En una ocasión dijo que la inteligencia de un hombre no se conocía en sus palabras, ni en sus obras, sino en la cantidad de Coca-Cola que pudiera consumir…”

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.