¿CERVEZA? UNA OSCURA POR FAVOR (2)

Cada humano tiene sus tragos favoritos. Incluyendo, claro, el agua. Pero nunca se me ha dado eso de beber agua. Lo respeto solamente. Y ya sé que los escritores, como los músicos, como los cocineros, tenemos mala fama siempre. Ávidos y fanáticos de cualquier bebida espirituosa que potencie nuestra creatividad (borrachera, pues), pues allá vamos. Hay varios tragos de mis favoritas. Puros o mezclados. 

Soy fanático de un “Martini seco”. Sí, la bebida creada para el Agente 007 del servicio británico, trago literario de Ian Fleming. No se diga mi infaltable trago italiano, “Campari”. Así, en vaso old fashion, un solo hielo y una rodaja de naranja fresca. No puede faltar en este somero recuento mi “Mojito” cubano, sí, hijo predilecto, uno de los hijos predilectos de Papá Ernest Hemingway, el cual no tenía ningún trago aborrecido. Ninguno. Hay un trago el cual me gusta harto, que yo sepa lo preparan aquí en Saltillo y milimétricamente en Don Artemio, donde lo he disfrutado en varias ocasiones: un “Negroni”.

¿Qué es el “Negroni”? Pues depende de cómo se lo preparen, pero ahí le va: mi licor favorito, Campari, en combinación con una medida de ginebra, vermut rojo italiano, hielos y una rodaja de naranja, todo montado en un vaso corto u old fashion. ¿Sabe quién lo bebía en pares? La bella y menuda Audrey Hepburn. No uno, sino dos. También era asidua de este trago la escritora Marguerite Duras, autora de la famosa novela “El amante”. Imagino por eso, en restaurantes serios para comer y buen beber (aflora siempre el mítico Don Artemio), cada vez que usted pide un trago, se lo llevan como viendo visiones: de dos en dos. Pues sí, dos es mejor que uno. La vida aprieta, lector, pero no se vaya de este mundo sin probar un “Negroni”. Decía Frank Sinatra: “Tal vez el alcohol sea el peor enemigo del hombre, pero la Biblia dice que ames a tu enemigo”. Le creemos. 

Lo debimos haber hecho siempre, desde siempre. Pero ahora con la maldita pandemia china, la cual nos puso de cabeza, todo se ha recrudecido (en lo malo) y una buena parte de la humanidad ha llegado a una sabia reconsideración: vivir. A cuerpo de rey, vivir bien lo que se pueda y hasta donde se pueda. ¿Le gusta a usted la cerveza? Pues disfrútela cuando quiera y a la hora que quiera. ¿Hay un horario decente para beber una buena y tonificante cerveza? A la hora que usted decida, ese es un buen horario. Haga usted como el mismo Carlos V, emperador del Sacro Imperio Germánico. Cuenta la historia que desayunaba reverencialmente un tarro de cerveza. 

Pero la mala fama de la cerveza es ubicua. Un mexicano, Juan Rulfo, en su mítico “El llano en llamas”, emparienta la cerveza tibia con los meados de equino: “Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O tal vez no le guste así de tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; agarra un sabor como a meados de burro…”, dice el personaje en voz de Rulfo. 

En el gran y bello texto inmortal, el “Poema del Gilgamesh”, cuando inicia el proceso civilizatorio de uno de los personajes, Enkidu, se lee: “Enkidu tomó la comida hasta saciarse, / Bebió la cerveza –¡siete jarras!– y se puso contento. / Y cantó de alegría…” Sí, siete jarras dan alegría. Sin duda.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.