Campañas Ad Hominem

Se me calificó de chairo, señoritingo, pirruris, come-lonches, júnior, naco, comparsa y clasista

Resulta que se me ocurrió hacer un experimento: En distintas reuniones de trabajo, de amigos, familiares, y otros grupos, en los muros de contactos de cualquier ascendencia e ideología, en diferentes ocasiones y conociendo bien al grupo con el que convivía o interactuaba en determinado momento, cuando se llegó al tema de las pre-campañas electorales, dije sin reservas cual sería mi intención del voto para las elecciones presidenciales de 2018. Mi opinión fue contraria a la que esperaba de cada grupo según el perfil de sus miembros. A unos les dije que votaría por MORENA y a otros por el PAN, en un grupo dije que mi voto será para el PRI y la última vez me decante por algún independiente. Y en cada ocasión se vino la avalancha de eso que en lógica se llama argumento ad hominem: se descalifica cualquier tesis, idea o concepto, desacreditando la fuente de donde provenga, no a la afirmación en sí. O sea, si ponemos en entredicho a quien dice algo, lo que él diga será falso, así sea cierto.

Nadie me preguntó porque votaría de una u otra forma. A nadie le interesaron los motivos que podría tener para inclinarme por la opción que indiqué. Todos tomaron mi dicho como una declaración de guerra hacia sus preferencias y desencadenó en todas las formas de desacreditación que venimos utilizando los mexicanos durante las campañas políticas. No es diferente a lo que pasa en las calles, en redes sociales, en mítines, en donde sea. No importa lo que mi candidato tenga que decir, importa la descalificación del tuyo… destruyendo para eso tu credibilidad con los calificativos enunciados en el primer párrafo. Me hubiera gustado que alguien argumentase a favor de sus candidatos. Pero no, colgaron toda clase de denostaciones a mi persona y a mi supuesto favorito en lugar de explicar porque su elección sería la correcta. Y será difícil tener un debate de opiniones válidas con aquellos que piensan que por simpatizar con alguien soy un chairo, o con los que me llamaron pirruris por decantarme por el otro, o con los dijeron que soy come-lonches, o peor aún, comparsa del sistema dónde se engloban todos los anteriores prejuicios.

¿Qué hacer entonces, ante la urgencia de participación que nos jala para un lado y el desencanto por el nivel de participación política del mexicano que hace fuerza en sentido contrario? Ponerles la muestra a los participantes, quizás. Igual que médico y sangre, mecánico y grasa, o agricultor y tierra, ningún político llega a posición alguna sin manchar con algo sus manos y vender una porción de su alma al diablo; por eso, primero, habremos de admitir que nadie dentro de una boleta tiene un perfil inmaculado. Es tiempo de hacernos a la idea de que, para que exista la utopía de una nación perfecta, primero habría de existir alguien llamado Utopo, y ese no existe en ningún movimiento político, en ninguna religión, ni en la literatura. Vaya, ni siquiera Marvel, Disney o Del Toro lo inventaron.

Pongamos pues como ciudadanos, la muestra a quienes participan como candidatos: dejemos de denostarnos unos a otros entendiendo que no hay candidatura, plataforma, ni ideología ideal. Escuchemos los argumentos de los demás sin caer en la descalificación ad hominem que destruye, pero no propone. Dejemos de likear, escuchar y seguir a quienes utilizan esos términos peyorativos que, intentando decir cómo son los otros, nos gritan como son ellos mismos. Te invito a participar en el debate con civilidad.

cesarelizondov@gmail.com

César Elizondo

Escritor saltillense, ganador de un Premio Estatal de Periodismo Coahuila. Ha escrito para diferentes medios de comunicación impresos de la localidad.