Benditas condenas

La confianza es esa pequeña palabrita que abarca cantidades inmensas de sentimientos, de pensamientos y amor, amor verdadero

Una mirada. La mayoría de las cosas que nos suceden a diario son gracias a una mirada que las precede. Uno puede saber tanto mirando(se) a través de los ojos de alguien más; qué peligroso y maravilloso la transparencia que podemos llegar a transmitir, pues la expresión de unos ojos no puede engañar a nadie. Es ese primer contacto, sin hablar, el que da pie a que todo lo consecuente ocurra; es ese quebrantamiento del espacio y el orden, ese desafío al porvenir, ese encuentro “casual” entre dos seres lo que realmente hace que el mundo no se deje de mover. Sin embargo, ¿qué es aquello que se produce en ese encuentro y que da pie al todo? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención y su mirada por un buen rato. Según el rapero y poeta Nach, existen tres tipos de miradas, y me voy a permitir citar su texto tal cuál para el pleno entendimiento del lector:

“La primera mirada a veces es inevitable, sucede muy a menudo, y casi siempre la historia termina aquí. La segunda mirada es la más importante, ahí hay mucho en juego, y cualquier gesto extra dice un mundo. La tercera mirada, cuando se produce, ya ha abierto la puerta, aunque la sonrisa sea tímida, aunque la sorpresa tiemble. A partir de aquí, entre dos personas todo es posible.” Qué belleza, ¿no? Cómo es que nos vamos dando a los demás; cómo, entre gestos y parpadeos, vamos dejando pedacitos de nosotros en todos lados y abriendo, de a poco, esa puerta que es, sin duda, la de la confianza. La confianza, querido lector, es esa pequeña palabrita que abarca cantidades inmensas de sentimientos, de pensamientos y amor, amor verdadero. El organismo es muy sabio y sabe, con sólo una mirada, en quién o quiénes depositar las partes más importantes de tu vida.

Aunque los ojos son la ventana del alma y reflejan, quizás sin intención, lo que llevamos dentro, todos poseemos esa parte secreta que nos habita, que no cualquiera conoce por su contenido, sus formas, sus obscuros tesoros y brillantes ideas. Es por esto que algunos nos conocen de cierta manera y otros de otra, y no me refiero a pretender o fingir ser alguien que no somos en realidad, sino que la sociedad ha intensificado tanto los estereotipos que, si no encajas, entonces ¿quién eres? Y ni las cosas ni las personas debiesen “ser como”, sino sólo “ser” y se acabó. Es por lo anterior que uno debe valorar tanto a quien tiene cerca, pues nos ha dado la parte más profunda, más turbia y mágica de sí mismo, al igual que nosotros a ellos; no necesitas quitarte las prendas para que te vean al desnudo. Cuando alguien te da su confianza, que se construye con tiempo y se derrumba en segundos, está poniendo gran parte de su vida en tus manos; se está fusionando contigo, abriéndose para que entres y seas consciente de ese mundo que yace en cada cabeza.

Y a veces se nos hace tan fácil aprovecharnos de ello, pues, al ser conocedores de las partes más fuertes y más vulnerables del otro, hay a quienes les gana el ego, la envidia, la inseguridad personal; sin embargo, una vez rota (de verdad rota} la confianza, una vez desgarrado el hilo de oro, una vez defraudado el reflejo en los ojos ajenos, ya no hay vuelta hacia atrás, ni siquiera vuelta de hoja, sino cambio de libro. Mucho de quien tú eres, querido lector, es gracias al encuentro con los demás, pues estás lleno de pequeños pedazos que los conforman; estás repleto de su existencia, de sus mayores anhelos, sueños y deseos. Sus miradas, esas que en un punto hacen todo posible, las llevas tatuadas en la tuya; y, si bien de unos ojos nadie se puede salvar, habrá que escoger sabiamente ese par de benditas condenas.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.