Belleza: martirio de comparación eterna

 Uno ya no se da cuenta que la belleza se siente, que no es algo o alguien sino absolutamente todo

En nuestra naturaleza seguidora y acatadora de reglas dentro de la cual estamos constantemente inmersos, alguien o algo, mucho tiempo atrás, definió el alrededor: objetos, lugares, situaciones, palabras, letras y momentos, por mencionar algunos ejemplos. Junto con todo lo anterior, aquel ente, de la especie o naturalidad que haya sido, estableció un concepto llamado “belleza”, asignándole a cada partícula existente un toque de la misma.

Pasó el tiempo, y aquel atributivo que era propio de todo, fue poco a poco arrebatado por dilemas mentales, categóricos y de comparación propios de nosotros, los benditos seres humanos. Así, se crearon disciplinas como la estética, que pretende estudiar, discriminar y definir aquello que es “bello”. Eventualmente, un buen o mal día, las personas nos contemplamos frente a nuestro reflejo y, de algún modo, algo ya no fue suficiente para admirarnos, pues queríamos “ser como” alguien más, eliminando de tajo nuestra capacidad de apreciar lo bello, incluso en nosotros mismos. ¿Qué nos hace pensar que la belleza se puede medir? ¿Quiénes somos para establecer características específicas y atrevernos a emitir juicios que no hacen más que hundir y hacer pensar a otro individuo que no se encuentra “a la altura” establecida? Póngase cómodo, querido lector, que, como siempre, pretendo robarme su atención por un buen rato.

Deténgase un momento y contemple su entorno; no tengo idea desde dónde me lee, pero observe con cuidado lo que le rodea. Quizás sean cosas que ve todos los días, tan triviales y ordinarias que no les encuentra el sentido. Sin embargo, si presta la atención necesaria, podrá captar ese pequeño y fugaz momento en que la belleza que posee el todo salta a la vista. De esta manera, podrá dejar de ser parte del gremio que asegura la existencia de lo llamado “bonito” y “feo”, que no son más que tergiversaciones del significado y esencia que guarda la eterna belleza. Hace poco, leí una frase que algún genio, en alguna parte del planeta, tuvo que plasmar en papel precisamente para entender este enredo en el que nos hemos metido: “Si matas una cucaracha, eres un héroe. Si matas una mariposa, eres malo.

La moral tiene criterios estéticos”. ¿Con qué ojos estamos contemplando al mundo? Mientras sigamos pensando, fomentando y creyendo que la belleza se encuentra en la comparación de dos partes con elementos únicos, nunca podremos apreciarla del todo. Me parece aberrante cómo nos disponemos a seguir criterios, marcas, imágenes y estereotipos que tan sólo enaltecen algunas características que poseen unos cuantos. Hablamos de la “no discriminación” y somos los primeros en rechazar a alguien que, en su mentalidad comparativa, desea “ser modelo” midiendo menos de un metro ochenta, haciéndole creer que no tiene lo que “se necesita”; que, en palabras más fuertes, no pertenece por no ser “suficientemente bella”, provocando incontables desórdenes mentales, alimenticios y morales que ni las palabras de aliento más efectivas son capaces de reparar.

Uno ya no se da cuenta que la belleza se siente, que no es algo o alguien sino absolutamente todo. Vivimos en un espacio con millones de realidades alternas; percepciones y cabezas que pueden estar observando lo mismo y pensar cosas diferentes. Hasta que entendamos que aquello que se hace llamar “realidad” está directamente sujeto a las circunstancias de quien la vive, quizá caigamos en cuenta, por fin, que la belleza es un reflejo de lo que siente nuestra alma, pues la belleza se encuentra, invariablemente, en los ojos de quien mira.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.