BARCELONA GASTRONÓMICA

SALPICON

Los días de esta maldita pandemia son largos, lerdos, interminables. El Gobierno Federal de Andrés Manuel López Obrador engañó a todos. Empezando por ellos mismos. Seamos francos, se engañaron a sí mismos. Nos han llevado entre las patas.

El daño al país es brutal. Lo peor, ahora sí y de verdad la cosa es de temerse. El contagio es brutal y nos encaminamos, sin freno, a ser los primeros en el mundo en materia de contagiados y muertes por la pandemia. Tome usted sus precauciones y buenas decisiones. 

La pandemia ha sido letal para todo mundo. En todos los aspectos. En uno de estos días ya tan terribles, una noticia, de muchas, me afectó: moría en Los Ángeles, California, el escritor catalán avecindado allí, Carlos Ruiz Zafón. Nacido en Barcelona en 1964. Joven, el maestro se fue de Barcelona porque, dijo en alguna entrevista, su ciudad le interesaba, sí, pero no lo de hoy, sino lo que había pasado en ella hacía lustros. No su presente ni su futuro, sino su pasado. Un pasado casi inmediato, pero al fin de cuentas, pasado. Su pasión era el cine y por eso de fue a Los Ángeles y a Hollywood. Aunque al parecer, al final de cuentas, resultó ser un mero pretexto. Allí se quedó a vivir y escribir. En ese entorno redactó una trilogía de novelas portentosas, ancilada la tirada de naipes en una deslumbrante: “La Sombra del Viento.”

Carlos Ruiz Zafón murió en días pasados aunque no por la mordedura del bicho. Padecía un cáncer de colon que lo llevó a la tumba. Y, caray, joven, muy joven y en plenitud de facultades creadoras. En todo el mundo se han publicado notas necrológicas sobre su deceso. Lo merecía. “La Sombra del Viento” es un tour de force por la erudición, el ambiente libresco y el escenario urbano de la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, donde habitan bibliófilos enfermos y malditos, amores juveniles y maduros, la mismísima presencia infausta de Franco y las tinieblas de la posguerra. Novela libresca, de intrigas, amores y sociedades secretas. 

El texto inicia en un amanecer de 1945, en una volátil y ceniza Barcelona. Luego, el desarrollo será vertiginoso, con visos de texto a ratos policial, a ratos erudito. Y si la novela avanza en el tiempo debe tener eso que llamamos verosimilitud literaria. Es decir, los personajes deben dormir, ir al baño, bañarse y, claro, comer y beber. Los siguientes son algunos renglones sobre comida y bebida causados en Barcelona, los cuales los he entresacado a vuela pluma: “Tengo entendido que El Ferroll es una ciudad fascinante. Llena de vida. Y el marisco dicen que es de fábula, especialmente el centollo.”

“Bea(triz) bebía anís en copa alta, gastaba medias de seda de la Perla Gris y se maquillaba como las vampiresas cinematográficas…” “Fermín Romero de Torres no se perdía una sesión (de cine). Compraba un montón de chocolatinas  y se sentaba en la fila diecisiete a devorarlas…” “Con su primer sueldo, Fermín Romero de Torres se compró un sombrero peliculero, unos zapatos de lluvia y se empeñó en invitarnos a mi padre y a mí a un plato de rabo de toro, que preparaban los lunes en un restaurante a un par de calles de la Plaza Monumental.” 

¿Usted ha probado un rabo de toro o las criadillas? Por algún tiempo, esto y no otros eran los platillos estelares en “El Tapanco”, en el centro de Saltillo. Novela de ensueño verdaderamente, la cual he releído con placer y agrado. Y, caray, qué tragedia la muerte del maestro Carlos Ruiz Zafón. Regresaremos con una segunda parte.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.