Un año más a la colección

No existe tiempo de espera, pues la vida no se detiene para nadie

Cuando uno dedica cada parte de sí mismo a la tarea de las letras, los significados, los laberintos del subconsciente humano que se manifiestan a través de cientos de escritos, la inspiración es clave para el desarrollo de ello. Pero no es cualquier tipo de inspiración, pues la de aquellos que escriben se esconde atrás de cada punto y coma, entre el espacio que separa cada uno de los renglones.

Cada escritor tiene sus musas y sus demonios; aquellos lugares, personas, momentos y fechas que lleva en cada fibra de su ser. Y, haciendo referencia a éstas últimas, cabe mencionar que hoy es la veinteava vuelta que doy al sol en este mundo tan fascinante y nada certero. Hoy me visto de manteles largos por mis primeras dos décadas; y, tomando en consideración que, para crear empatía entre lector y escritor uno debe conocer al otro, tomo esta celebración como inspiración sobre la cual trataré, querido lector, de seguir robándome su atención por un buen rato.

El hecho de que exista un día específico para cada habitante del planeta en donde se le festeje su existencia, su persona y todo lo que, hasta entonces, ha logrado, es lo que hace que todos nosotros satisfagamos una de las necesidades más básicas que tiene el alma: sentirse especial. Hoy, 3 de febrero, no deja de ser un viernes más dentro del calendario, otro set de 24 horas corriendo a través del tiempo; más no lo es para mí. Y, aunque todos y cada uno de los días consecutivos y previos a la fecha de nacimiento deberíamos sabernos queridos e importantes, ese día tan esperado no deja de ser una excusa para juntar a quienes más queremos y compartir con ellos tanta dicha a lo largo de los años.

Quizás, o definitivamente, no soy la persona más vivida y experimentada en la Tierra. ¿Qué son 20 años a comparación de 55, 74, 97? Años y años de vivencias y sucesos que marcan y no se pueden olvidar; que construyen al ser humano que, en este instante y por fortuna, se encuentra leyéndome. Sin embargo, todos aprendemos cosas distintas en nuestro personal transcurso del tiempo. Entre ellas, la primordial y sobre la cual baso cada una de mis decisiones, es el hecho de que nada ni nadie nos asegura el día de mañana. No existe tiempo de espera, pues la vida no se detiene para nadie. Otra de las cosas que me ha enseñado el destino, bendito destino, es que todo es una excusa. Vivimos en una gran red de causalidades, las cuales, provocadas consciente o inconscientemente, tienen un trasfondo y una razón de ser. Te dicen que quieren ir al café contigo como excusa para disfrutar de tu presencia.

Te hablan “por accidente” como excusa para saber de ti. Organizas un viaje con tus amigos como excusa para conocer el mundo. Te obsequian un “te quiero” como excusa para manifestar tantos, infinitos sentimientos aún indescriptibles que cada uno guardamos dentro; como excusa para que la tuya sea quedarte. Tenlo bien presente, querido lector, pues incluso tú eres una excusa para que el mundo siga funcionando como lo ha hecho desde el momento que llegaste al mismo. Pensando como si este fuera mi último escrito en mi día favorito del año, no me queda más que agradecer, aunque probablemente esta vida y las que siguen no me alcancen para ello.

No me queda más que amar, como lo hago hoy, como lo hice ayer, como lo haré mañana; como lo haré aunque, un buen día, ya no exista. No me queda más que celebrar las excusas, como estos 20 años, como este escrito; como haber encontrado alguna inspiración que, sin conocernos, nos una a usted que me lee, y a mí que siempre, aún sin hacerlo, le escribo. ¡Salud por la vida!

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.