Análisis poético de un día cualquiera

Tal como el efecto mariposa, tu existencia ha provocado este escrito con la esperanza de ser encontrado y leído

Contemplando la vida y sus encaprichados modos de hacerse notar, me dio por salir de casa e irme, acompañada de mi soledad, a disfrutar de una necesaria tarde de café. Con rumbo a un destino no establecido, tomé como excusa mi ausencia de decisión para adueñarme de ese breve intermedio en que me di la oportunidad de admirar el detalle, mientras el semáforo brillaba en su tonalidad rojiza.

Observé el viento, que lleva consigo aquello que nos da vida; aquello que es lo únicamente indispensable para sobrevivir y no tantas cosas que hemos creado y nos hemos hecho creer. Observé, justo a lado del coche, a una pareja regalándose un beso, despacio. Dejándose sentir a través del contacto más bello y placentero. Escuché los sonidos que albergan la radio, la calle, el mismísimo roce de una nube al coincidir con otra y deshacerse para tornarse en una sola, o quizás en la nada. Observé a tantos entes humanos; tantas vidas colaterales que existen al mismo tiempo y en el mismo momento que esta humilde alma de poeta que tan sólo vive para sentir.

Y, sin haberlo planeado, me vi haciendo este pedazo de versos encontrados que, categorizando como de costumbre, llamamos poesía. Pero la poesía dista mucho de ser únicamente un conjunto de letras y oraciones perfectamente concatenadas, porque la poesía, querido lector, lo es todo. Poesía, señores. Capacidad de fundirse con el universo y con uno mismo. Reconocimiento espontáneo de esa conexión con el todo, con la nada y con esa palabra aún no inventada; ese sentimiento inexistente que describe esto que llevamos intensamente dentro del pecho donde, a su vez, también habita un corazón.

Poesía, poesía, poesía. Seis letras que encasillan algo tan inmenso, tan ilimitado. Tú., que desde algún lugar me lees, eres también poesía. Eres tú quien inspira tantos sucesos y acontecimientos que ocurren uno tras otro. Eres caos y brillantez, belleza y pasión, infierno y paz en un mismo cuerpo. Tal como el efecto mariposa, tu existencia ha provocado este escrito con la esperanza de ser encontrado y leído. Esperanza de seguir creando vibraciones en la piel que provoquen risas, lágrimas, recuerdos, miradas, ansias de vivir la vida que, más que vida, es la manifestación evidente de la presencia de algo más.

Algo más llamado comúnmente “poesía”, que se encuentra al fondo de la taza donde habitó un café; en la silla color magenta ocupada por el ser más querido. En el humo nicotínico que, si prestas atención, dibuja un rostro conocido; en la habitación donde, alguna vez, muchas veces, compartimos una mirada; y que, en este espacio de materia que dista ahora entre tu cuerpo y el mío, juro haber visto pasar guerras, años, noches, lunas, vidas… Infinitas vidas.

El verde del semáforo, acompañado de la clara realización de que todo es movimiento y que todo existe, me hizo aterrizar de nuevo en esta realidad que, por azares del destino, compartimos tú y yo. Avanzando entre segundos, me convertí en una con la inmensidad. Nos tocamos, nos reconocimos. Sin embargo, no pude con ella. ¿Cómo iba a contener la majestuosa inmensidad en tan sólo un par de manos? Fue entonces cuando entendí que, precisamente para eso, existen muchas manos más que comparten conmigo este periodo de existencia, que tiene, exactamente y sin milésimas de más, la duración de un “te quiero” que viaja con el viento hasta llegar a su anhelado destino.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.