AGRADABLE NOSTALGIA

AGRADABLE NOSTALGIA

Meditaciones de domingo. Primera sesión

Hoy, Sofía nombró un sentimiento que probablemente algunos de ustedes han experimentado y no habían logrado darle el calificativo adecuado. “Agradable nostalgia”, le llamó. Me es difícil definir exactamente a lo que se refiere, aunque tampoco quisiera ponerme a la tarea de hacerlo y que ustedes se crean que es así sólo porque yo o alguien lo “definió” o le dio esas características particulares; sin embargo, si lo pudiera simplemente comparar o describir de alguna forma alterna, diría que se siente como un cielo gris en sábado, como estar sentado en un sitio donde de las dos sillas sólo está ocupada una (y uno es consciente de ello y lo acepta con toda la paz), como ver un recuerdo suceder de nuevo en alguien o algo más.

Agradable nostalgia… Así me siento yo casi siempre. Y está bien (o bueno, simplemente “está”, mejor nos omitimos lo del bien, el mal y sus variantes inventadas). Hasta eso, se siente sabroso, y más sabroso aún todo el material que le aporta a uno al momento de sentarse con pluma en mano. Se siente en todo el cuerpo, te mantiene alerta al detalle, a cada segundo, a los renglones imaginarios que se encuentran entre las líneas de la boca, de la calle, de los textos. De todos lados.

No debe confundirse con tristeza. A mi parecer, la tristeza ha sido infravalorada de unos años para acá. La confunden con la tranquilidad, con el cansancio, con el momento de meditación o reflexión y con la soledad (sobre todo la voluntaria, que es, irónicamente, la que más se disfruta). Estar triste es otra cosa, ni se diga “ser” triste como tal. La misma palabra “tristeza” es capaz de transportarnos a la sensación inequívoca que la caracteriza; por eso merece su lugar, su respeto y reconocimiento, porque nadie (o por lo menos no es mi caso) quiere experimentar ese vértigo sin salida de nuevo. No permite avanzar, comer, escribir, respirar; consume de a poco, siendo partícipes de la acción, siendo espectadores indiferentes de nuestro propio decaimiento.

La agradable nostalgia está muy lejos de ser lo anterior. Cuando atardece y me tomo el paréntesis de sentarme y ver, siento cómo empieza a recorrerme. De pronto, un pequeño escalofrío potencia la sensación; el viento y los últimos rayos de luz tienen otro tacto, como si fuesen las mismas manos conocidas, aunque ya un poco más viejas y cálidas. Alguna lágrima se dibuja de vez en cuando, pero no es más que la manifestación y quizá aceptación de lo que está aconteciendo. Y así, realmente sin querer, podría jurar que me encuentro en un diálogo con la naturaleza, con la gravedad, con el pajarito que, aunque duerme, sueña con cantar. Ser consciente del alrededor y conectar. La silla que se encuentra a lado mío, antes vacía, es ahora habitada por algo, por alguien. Por ti. Y ya sin prisa, como siempre lo hemos hecho, disfrutamos del estar, de sabernos coterráneos de cualquier lugar donde nos podamos y nos sabemos encontrar.

Sinestesia, querido lector; así deberíamos vivir y verlo todo. Así deberíamos ser y sentir a los otros, como el conjunto de materia/vida/miedo/amor/sueños/pensamientos/instantes que son. Afortunadamente, no es tarde para intentarlo.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.