ADIÓS, ALFONSO (ÚLTIMA PARTE)

Esa tarde, Alfonso brincó por unos gritos provenientes de la casa vecina. Desesperado, corrió hacia ahí y lo que vio lo dejó sin aliento: en la entrada de la casa, luchando por respirar y cubierta en sangre estaba Laura. A su lado, de pie y con una pistola en la mano, Manuel le miraba asombrado. Y Alfonso, por fin, tragó con dolor lo inevitable.

—No. ¡NO! No tú, Laura. Soy yo el que debe morir. Laura, no, por favor.

 Corriendo, se abalanzó sobre la mujer, a la que empezó a bañar con su llanto. Ella intentó decirle algo, pero sólo emitió un largo suspiro. Y falleció. Y ahí, con la mujer muerta entre sus brazos, Alfonso recibió los dos disparos que le atravesaron el cuerpo y cayó al lado de la mujer, gimiendo por el dolor. A punto de perder el conocimiento, sintió cómo Manuel lo arrastraba hasta la parte trasera de su casa. Y allí es donde ahora se desangraba, mirando desafiante a las estrellas…

* * ** *

Cuando abrió los ojos, a Alfonso lo cegó la luz. ¿Luz? Intentó moverse. ¡Mala idea! Gimió en seguida por el dolor… ¿Estaba muerto? La respuesta se la dio la cara preocupada y a la vez sonriente de Silvia, su mujer.

—Hola, Alfonso. ¿Cómo sigues, cariño? ¡Qué alegría verte ya mejor!

¿Había sobrevivido? Alfonso quiso asegurarse que no estaba soñando y preguntó, con un hilo de voz, dónde estaba. Silvia le respondió entre lágrimas de emoción:

—En el hospital, amor. El doctor dice que ya pasó lo peor. Pronto nos iremos a casa.

A Alfonso se le pintó una sonrisa. Pero inmediatamente se puso serio. “Silvia debe saber qué le he hecho. Debe enterarse de lo vil y despreciable que soy”. Con sumo esfuerzo, levantó los ojos hacia su esposa y le dijo:

—Silvia, yo…

Pero ella lo calló en seguida.

—¡Shhhhh…!¡No! No hables. El doctor dijo que no debes esforzarte. Así que tranquilo.

Acariciándole el rostro, se le acercó y le dio un beso lleno de cariño en la frente y le susurró con voz quebrada al oído:

No tienes que decirme nada, Alfonso, porque hace ya tiempo que lo sé todo. Al principio, te confieso que me rebelé. Pero luego encontré fuerza en mi oración y en mi misa de todos los días. Decidí esperar y darte amor. No me ha sido fácil, pero nunca dudé de que tú también seguías amándome a pesar de todo. ¡Y yo te amo con todo mi corazón, cariño! ¡Dios es muy bueno con nosotros!

Se separó de él y, acariciándole de nuevo la cara, le cerró los párpados ella misma. Luego salió de la habitación.

Totalmente anonadado ante lo que acababa de ocurrir, Alfonso empezó a llorar. ¡No se merecía esto! Él, el traidor, el infame… ¡tratado con perdón! Pero entonces una nueva idea empezó a florecer dentro de su alma. “No creo en Dios. Hace ya tiempo que lo he dejado muy claro. Pero si Dios existe, si por un momento pudiese empezar a creer, lo encontraría en los ojos amorosos y llenos de perdón de Silvia. ¡Ese es el Dios en el que estaría dispuesto a creer!”.

Y con este amanecer en su alma, Alfonso se sumió, poco a poco, en un profundo y reparador sueño, con las primeras palabras que su esposa le dijo al despertarse como telón de fondo: “Hola, Alfonso”.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.