Pesebres de un tráfico en Carranza

Cristo desea reinar en el corazón de todos nosotros en esta cercana Navidad

Calle Venustiano Carranza, jueves 14 de diciembre, seis y media de la tarde. Me encontraba parado desde hacía treinta minutos en un inusual tráfico, con las manos en el volante y mi playlist de Spotify tratando de calmarme un poco. Resignado ante tanta quietud, decidí pasear mis ojos alrededor y espiar un poco a los demás conductores. Ahí tenía a ese anciano que cansado miraba para adelante, mientras hacía sonar el claxon de su automóvil. Más adelante, estaba una joven que se miraba continuamente al retrovisor de su camioneta KIA, alistándose el alborotado cabello.

Delante a mi izquierda, un camión de Coca Cola me vendía una promoción de Navidad. Detrás de él, dos niños jugaban en el asiento trasero de un Jetta, bajo la atenta mirada de sus padres. Y pensé: ¡cuánta variedad de personajes puede reunir un atasco! Apagué la música y recordé unas líneas que había leído hacía poco en una carta que la Madre Teresa de Calcuta le había escrito a uno de sus directores espirituales. Decía así: “rece por nosotros, Padre, para que nuestros corazones puedan ser el pesebre que escoja Nuestra Señora para su Bebé”.

Levanté la mirada y volví a repasarla por la calle. ¡Ahí estaban todos todavía! El anciano, la joven, los niños, el camión de la Coca. Todos ellos eran posibles cunas que la Virgen podría escoger para que Cristo Niño volviese a nacer esta Navidad. Tal vez ya haya tocado a su puerta, pidiendo posada… y la Sagrada Familia habría tenido que irse a otro lugar. Y pensé cómo, si supiésemos Quién era el que nos pedía esas migajas de nuestro amor, se las daríamos sin pensarlo. ¿Qué tanto acogerían a Dios en su corazón éstos que estaban a mi lado? Miré al anciano.

Ha cargado ya toda una vida en sus espaldas y tal vez lo que le abruma es una soledad que estas fiestas le van a robar, gracias a Dios. ¿Hay por ahí algo que no ha llegado a perdonarse? Seguramente si acogiese a Cristo Niño en su corazón, Él podría reinar y traer esa paz a su vida cansada. Ahí estaba la guapa joven. ¿Qué tipo de mirada tenía? No lo sabía. ¡Cómo pedía a Dios que su amor sea tan puro como el que Cristo Niño quiere traer a la tierra! Porque Él también está enamorado de su corazón y le pide que arreglase tanto su alma como lo hacía con su cabello.

Con Cristo Niño, los niños podrían seguir jugando todo lo que quisiesen, pues su reino trae paz y serenidad. Esas sonrisas, tan inocentes, tendrían un voto también en los parlamentos y juzgados (como lo harían también los de tantos niños no nacidos). Más aún: los adultos podríamos razonar como ellos, sin ninguna otra preocupación que amar y forjar una sociedad totalmente justa, fundada en el respeto a los demás. Y así se podría decir de todos: del matrimonio que conversaba tranquilamente a mi derecha, de la adolescente que le estaba contestando de mala manera a sus padres en el carro de atrás, del señor que maldecía a un teléfono celular, de ese joven que bostezaba por el cansancio de un día en la universidad tal vez, ¡y también de mí! Cristo desea reinar en el corazón de todos nosotros en esta cercana Navidad.

De pronto, un ruido me despertó de mis pensamientos: el coche de atrás me animaba con su claxon a avanzar hasta el siguiente semáforo y continuar nuestro caminar en el lento paso a paso del tráfico en Carranza. Sonreí. Y cuando nos detuvimos, volví otra vez la mirada, elevando a Dios una oración por todos y parafraseando las palabras de la Santa de Calcuta: «Que sus corazones, Padre, puedan ser el pesebre que María escoja para que tu Hijo nazca y, de esta manera, reine en todo nuestro mundo». Dicho esto, puse mi lista puse mi lista de Spotify una vez más y las notas de Perfect de Ed Sheeran empezaron a hacerme compañía en mi espera de esa tarde saltillense.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.