Hasta que duela

 

¿Cuál es el punto dónde me empieza a doler? ¿Hasta dónde he de darme a un desconocido?

Aunque la frase o filosofía de Teresa de Calcuta en su percepción original habla del amor en cualquiera de sus formas, ante esos sabios sinodales que son el tiempo y la libre adopción en el ideario de la gente, “hasta que duela”, se ha convertido en una bandera utilizada en cuestiones que tienen que ver con la forma en que se ayuda a los demás, ya sea de manera material, o con el tiempo empleado para labores altruistas.

Aún acotado en un alcance total que iría más allá de las necesidades materiales, el pensamiento de la Madre Teresa ha encontrado en esas carencias de los desprotegidos, la trascendencia quizás mermada en la más importante cuestión de la necesidad del ser humano de sentirse amado, por encima de las penurias económicas. Pero ese es otro tema.

Y es que, en esta época del año es cuando la mayor parte de nosotros, que por el simple hecho de tener esta revista a la mano o la conexión a internet que nos permita leer el periódico desde un dispositivo electrónico, que no sabemos distinguir dónde termina la responsabilidad material hacia nuestra familia y empieza la deuda con los demás residentes de un mundo que nos ha dado todas las oportunidades, nos preguntamos ¿Cuál es el punto dónde me empieza a doler? ¿Hasta dónde he de darme a un desconocido?

En una cultura llena de formatos, algoritmos, y recetas listas para copiar al instante, siempre buscamos los parámetros que nos indiquen de manera puntual y precisa las cantidades y proporciones necesarias para realizar cualquier cosa. ¿Es esto posible cuando hablamos de “hasta que duela”? Pues alguien me dijo que sí.

Dice mi amigo que todo inicia desde que cada posible benefactor tiene distintos ingresos y diferentes posibilidades de donar tiempo. Estamos claros que una persona que trabaje mucho, y que parte del dinero recibido por su trabajo vaya a dar a causas nobles, habría de tener consideraciones cuando de donar tiempo se trate. Y quizás también, aquella persona que se pasa las mañanas trabajando horas en la caridad, estaría exenta de aportar en metálico para apoyar a esa misma causa. Es justo, es viable, es conveniente, pero…. ¿les duele?

¿Duele más donar mil pesos o trabajar un día? ¿Le cuesta igual el diezmo al que gana mucho que al que gana poco? Es un porcentaje, parecería justo ¿no? Pero, ¿no será que, aquel que gana mucho puede dar más porcentaje de sus ingresos porque le sobra más cuando ha cubierto sus necesidades? El diezmo, siendo porcentaje, es una maldición para un salario mínimo; pero es apenas un cabello para quienes viajan en primera clase. Y ahí es dónde mi amigo ha dado con una interesante fórmula para que todos donemos hasta que duela.

Como no podemos medirnos por ingresos ni por tiempo libre, ni tampoco todos gastamos iguales cantidades y proporciones en lo que consideramos prioritario para nuestras familias como el estudio, el techo, el vestido y la alimentación, mi amigo propone que el dolor de dar se puede regir si igualamos el tiempo y dinero gastado en esparcimiento, con lo que damos de tiempo y recursos a la ayuda a los demás.

¿No sería grandioso? Que la misma cantidad de días y dólares gastados en Las Vegas o en los Saraperos los diéramos a la beneficencia. Que igualáramos la cuenta del lujoso restaurant o de caguamas a la donación altruista, que los días y horas que jugamos al fútbol o vemos Netflix los trabajásemos por alguna causa. -Estás loco- le digo a mi amigo, -eso nunca lo verás-. -Eso decían de Teresa de Calcuta- responde él. cesarelizondov@gmail.com