Hasta en las mejores familias

Si queremos que algo sea diferente, somos nosotros los que tenemos que cambiar

No nos vayamos tan lejos, si queremos encontrar un pista sobre por qué nuestras relaciones triunfan o fracasan hay que mirar al interior de la familia. No a la familia extensa: tíos, abuelos, primos. Ni siquiera a la familia política: cuñados, suegros, sobrinos políticos. Es al interior, justo en la dinámica del núcleo familiar es donde hay que escudriñar: papá, mamá y hermanos. Dentro de esta célula desarrollamos nuestras habilidades sociales; aprendemos a respetar o transgredir la autoridad, a amar y compartir, o a celar y envidiar, a confiar y ser optimistas o a ser recelosos y desconfiados.

Estos patrones se establecen cuando somos pequeños, durante la infancia, cuando nos estamos formando. En ese tiempo, no tenemos tanto control sobre lo que sucede ni tampoco tenemos muchas herramientas para hacerles frente, simplemente vamos viviendo y aprendiendo con naturalidad. Al hacernos mayores es cuando se nota qué tan buena o mala fue la manera en la que aprendimos a relacionarnos. Porque vemos que este patrón se refleja en nuestras relaciones sentimentales y laborales. Por lo anterior, vale la pena hacer un ejercicio de reflexión para analizar cómo están las relaciones dentro de nuestro trabajo y con nuestra pareja para identificar qué comportamientos estamos repitiendo. Por lo tanto, si queremos que una situación sea diferente, somos nosotros mismos los que tenemos que cambiar. Para lograrlo, el trabajo interior es fundamental.

Primero debemos hacer introspección. Durante la valoración podemos reconocer con sinceridad dónde están nuestras fortalezas y cuáles son las principales debilidades de nuestras relaciones familiares. Segundo, el acto de identificar nos debe dar pauta a aceptar las fallas y a trabajar con entusiasmo en lo que sí podemos poner de nuestra parte para cambiar la dinámica o, en su caso, que lo que se encuentra irremediablemente dañado no nos afecte. Por último, nuestro esfuerzo por remediar la situación, por no engancharnos en discusiones inútiles ni en peleas sin sentido, nos llevará a vivir una vida en paz.

La armonía, tranquilidad y felicidad interior se irradiarán hacia fuera para ver sus beneficios no solo en lo familiar sino en todas las esferas sociales. Ahora, la familia en la que nos tocó nacer es una y, para bien o para mal, no la podemos cambiar. No podemos tener otros padres u otros hermanos y difícilmente podemos pedirles que dejen de criticar, opinar, interferir o, francamente, molestar. Cierto esto, nunca lograremos un cambio si el cambio lo queremos ver en ellos, ya que solo obtendremos resultados favorables cuando nosotros mismos hagamos nuestros propios cambios y ajustes. Recordemos que el rosal tiene flores y también tiene espinas.

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Clara Villarreal

Consultora de imagen personal, etiqueta empresarial y protocolo Institucional y organizacional.