Réquiem

Que el réquiem de hoy no solo sea por ellos y sus familias, sino por una sociedad de la que soy parte

Fue una de esa clase de noticias que sabes son más impactantes por una simple medición: toda tu vida recordarás que hora era, dónde estabas y que hacías cuando te enteraste, porque infieres que, de alguna forma, será algo que te cambiará la vida o tu percepción de la misma, para bien o para mal. Igual que el asesinato de Colosio en Lomas Taurinas o que los avionazos a las torres gemelas de Nueva York, igual cuando ganó Peña que cuando ganó Trump, cuando diagnosticaron con cáncer a ese ser querido o cuando supiste que serías padre. Cuando supiste que Santa Claus es un embuste igual que un Dios o que un Cristo, o cuando descubriste que un Dios o un Cristo pueden existir cuando la mente se abre a lo inentendible y el corazón hace lo propio ante lo innegable.

Manejaba por el bulevard Mirasierra el miércoles por la mañana cuando empecé a escuchar diversas y repetidas notificaciones en mi teléfono móvil. Me orillé pensando que podría ser algo que requeriría una inmediata respuesta de mi parte dentro de mis responsabilidades, y aunque no era algo que tuviese que responder, ciertamente era algo que me impactaría: el asesinato de algunos adolescentes y una maestra a manos de un compañero de clase, y el suicidio del mismo. Durante toda la mañana no pude pensar en otra cosa. Llegué más tarde a casa para ejercer ese gran lujo que aún tengo: comer en familia. Tocamos el tema en la sobremesa sin censurar los matices, era algo del dominio público y mis hijos ya habían recibido también las noticias, videos y fotografías que horas antes dieron la vuelta al mundo.

Me retiré luego a descansar un poco y, pudiéndolo disfrazar de necesidad de información, habré de reconocer que un insano morbo me llevó a checar comentarios y publicaciones en medios electrónicos y redes sociales para ahondar más en la tragedia. En sólo unas horas y con la suma de miles de opiniones vertidas en el ciberespacio, como sociedad ya habíamos elaborado un perfil psicológico del muchacho que accionó el arma, dábamos por un hecho que su familia no se ocupaba de él y que era una persona solitaria y sin amor, que tenía gadgets de última generación así como acceso sin restricciones a toda clase de diversiones y excesos, que en casa no le ponían límites, que era acosado por sus compañeros y que seguramente habría tenido una mala experiencia con algún clérigo. Y todo había sido expresado antes de conocer su identidad. Al momento de escribir esto aún falta mucha información precisa sobre quien era y como era la vida de este joven, no tenemos datos confiables y menos una valoración médica, psicológica o psiquiátrica para tratar de entender porque alguien hace algo como lo que él hizo.

Todo lo que tenemos son chismes, rumores, conjeturas y una buena dosis de imaginación colectiva. Grande será el debate sobre lo que hace a una persona actuar de determinadas formas. Hay quienes no vemos relación entre juegos de niños y comportamientos de adultos: quienes jugábamos con pistolas no necesariamente nos hemos convertido en matones y las que jugaban a ser mamás tampoco tuvieron embarazos no deseados como una regla de vida; el torrente de información y contenidos a que tienen acceso hoy los jóvenes son solo teóricos, las generaciones anteriores experimentábamos más y sin duda, al menos en México, teníamos fácil acceso a armas y a andar por ahí inventando travesuras. Pienso que el tema no es lo que vemos o a lo que tenemos acceso, considero que el problema es por aquello a lo que no tenemos acceso: a la empatía de la sociedad.

Es por eso que aún y cuando yo no conocía al muchacho, y aunque yo no jale del gatillo, y ni siquiera vivo en Monterrey, una molestia en el estómago me dice que en algo he sido culpable de la tragedia, que algo pude haber hecho como miembro de una sociedad, que mi responsabilidad debió haber ido más allá de mi mesa y de mi casa. Que el réquiem de hoy no solo sea por ellos y sus familias, sino por una sociedad de la que soy parte, una sociedad que no sabe lo que es la empatía, que juzga sin conocer, que nunca mira a los ojos y menos al corazón, una masa de sociedad que en lo particular piensa que, al estar bien como individuo, se está bien como sociedad.

César Elizondo

Escritor saltillense, ganador de un Premio Estatal de Periodismo Coahuila. Ha escrito para diferentes medios de comunicación impresos de la localidad.