Una escala musical llamada ‘vida’

Impresionante cómo con únicamente siete notas uno transforma todo desde la raíz

Somos tantas cosas dentro de este pequeño mundo que habitamos; estamos en absolutamente todo: en el aire, en los lugares donde dejamos el alma, en el recuerdo de alguien, en algún perfume en particular, en la herida, en vidas ajenas. Siendo seres totalmente tangibles en la realidad, tendemos a convertirnos en aquello que no lo es; aquello que quizás no se puede apreciar a simple vista, pero tiene la capacidad de hacerse sentir en todo el cuerpo. De tantas cosas que somos dentro de este “todo” y tantas otras en las que nos podemos llegar a convertir, existe una en específico a través de la cual no sólo manifestamos lo que realmente hay dentro de nosotros, sino que también es refugio, consuelo, comprensión, alegría, melancolía y paz: la música.

Espero se encuentre cómodo, querido lector, pues pretendo robarme su atención por un buen rato. Bendición para el oído y acompañante infinita, la música es una de las interminables formas en que los seres humanos comprobamos que somos algo más que sólo eso. He conocido personas que gustan de la música y son felices al escucharla, pero este artículo habla de aquellos individuos que viven a través de esos sonidos combinados con las más bellas letras, creando y siendo un fragmento del bellísimo caos que conforma el alrededor. Conozco a una persona en especial, un ser que se encuentra dentro del pequeño círculo de personas que más amo en la vida, que no sólo es la demostración de que la música es salvación y rescate, sino también que, si para algo existe, es para dejarse tocar por ella, para que provoque cosas inexplicables en las fibras más delicadas y, muchas veces, para tratar y lograr la difícil tarea que conlleva el encontrarse a uno mismo.

Si finalmente no somos poetas sino poesía, la música es otra manera de seguirlo siendo; es, quizás, la manera más increíble de encontrar tranquilidad, de sentir el dolor o el amor que vibra en los huesos al revivir alguna situación personal que se plasma en la pieza, de expresar aquello que muchas veces no se puede explicar. ¿Qué tan cósmicamente conectados estamos entre nosotros mismos para que, al escuchar las letras de una canción, estemos seguros que es de la vida de uno de quien hablan y de tantas vivencias dentro de la misma? ¿Qué habrá tenido que pasar quien compuso la melodía para sentir y convertir su situación personal en el rincosito de seguridad de alguien más que, aunque tal vez no vivió la circunstancia que dio origen a la creación musical, sus sentimientos y su cuerpo pasaron por la exacta y misma sensación? Impresionante cómo con únicamente siete notas uno (se) transforma todo desde la raíz; cómo la vida no es más que una escala musical que viene y va, con altos, bajos y con su introducción, su estribillo, su puente y su cierre respectivo.

Música es empatía, compartirse a quien quiera escuchar, lanzarse a los brazos de una eternidad concentrada en unos cuantos minutos; es fundirse con esas vibraciones llenas de coordinación y perfección, admirar cómo el músico deja de ser ajeno a su instrumento para convertirse ambos en uno, vocalizar la eventualidad de alguien más a través de las más hermosas metáforas y hacerlas parte de nuestra existencia individual. En otras palabras, aunque el concepto de soledad y la vivencia de ella (en la forma en la que se debería de apreciar y valorar) es bellísima, tal vez deberíamos reconsiderar su significado, pues al sumergirnos entre los versos de una composición maestra, entramos en un canal donde siempre se encuentra alguien con nuestra misma vida vista desde otro plano; entramos a una sintonía donde, aunque parezca, uno nunca estará solo.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.