Hace tiempo que el tiempo se acaba

Hemos hecho de nuestra existencia en el mundo lo que hemos querido

Qué dicha, ¿no? Saber que la vida nos ha regalado otro día más; saber que, durante tantos meses, usted me sigue leyendo y yo le sigo escribiendo. La vida, aunque todo un enigma, tiene sus destellos de felicidad que nos hace querer vivirla. Hemos hecho de nuestra existencia en el mundo, dentro de las posibilidades de la circunstancia que a cada quien le corresponde, lo que hemos querido. Todos los caminos que hemos tomado no son casualidad, ya que han orientado las cosas para que el día de hoy usted esté justo aquí, sintiéndome entre líneas. Sin embargo, ¿qué (le) pasaría si fuese consciente que le queda sólo este día de vida, si acaso se le puede llamar así a la travesía que enfrenta todos los días al despertar? Póngase cómodo, querido, amado lector, que espero haberme robado ya su atención y prolongar este, nuestro encantador encuentro semanal, durante un buen rato.

Puedo imaginarme algunas de las ideas que pasaron por su mente: “Estaría con quienes más amo”, “Haría esto”, “Haría aquello” y, mi favorita, “No, no puedo morir mañana. Me faltaron cosas por hacer… Me faltó tiempo”. Tiempo, tiempo, tiempo; se escucha a la gente hablar del tiempo y su ambivalente carácter, siendo, a veces, el mejor de los aliados y, otras veces, el peor de los enemigos. Típico del ser humano, eso de enajenar responsabilidades propias al alrededor. Quizás debería tomar en cuenta, usted que me lee, que si existe algo ambivalente, somos nosotros; multivalente diría yo. No es el tiempo el limitante, no es la vida la que lo tiene atado de manos; no es la sociedad, por más que lo intente, la que tiende a decidir por uno. Eres tú. Aunque el tiempo no limita, se acaba, por lo menos el que tenemos contemplado vivir en este planeta, dimensión y espacio.

Hace tiempo que se desaprovecha la estadía individual y voluntaria (pues, quien no ha tenido voluntad, ha tomado medidas al respecto) que nos toca “disfrutar” en este misterio del presente. Es tan sencillo morir, cada día me queda un poco más claro. La muerte no tiene hora de llegada, pero sí infinitas maneras de llegar. Aun así, pensamos que somos dueños de todo, cuando ni siquiera somos dueños de nosotros mismos. Y creamos plazos, extendemos fechas y vamos por la vida diciendo “te quieros” y sofocando “te amos” que en realidad sentimos más no decimos gracias a la creencia errónea de que el amor es cuestión de “tiempo”. Vivimos bajo un dictamen social de trabajo, dinero y esfuerzo para poder hacer, eventualmente, todo lo que realmente queremos en la vida, sin percatarnos que a veces ese día nunca llega; a veces, el destino simplemente hace de las suyas.

A usted, como persona, quizás lo mejor que le podría pasar sea tomar por primera vez las riendas de su vida y hacer lo que de verdad quiere, no lo que otros quieren o dicen. ¿Sabe qué le va a pasar si un día decide empezar de nuevo? Absolutamente nada. Se lo escribe alguien que abrió los ojos un día, un día cualquiera, y, contra cualquier eventualidad, comentario y rumbo establecido, decidió que era tiempo de comenzar, por primera vez, a vivir de verdad. Si como quiera todos recorremos el mismo camino hacia el mismo e inevitable final, ¿por qué no hacer del intermedio algo que valga la alegría y no la pena? Así, querido lector, viviendo al día y haciendo aquello que usted deseaba con el alma, se vive más tranquilo. Justo así es como se le gana la batalla a la muerte: haciéndole saber que uno ya la esperaba sereno, sin momentos “pendientes” y con dos tazas recién hechas de café para llevar.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.