“Lo nuestro fue como la manicura permanente…”

Sí, esta es la señal que estabas esperando. Recomiendo que continúes leyendo.

Hace un par de días leí un extracto de una conversación publicada en el Twitter de un poeta/taxista de Madrid; además de conducir alrededor de la Puerta de Alcalá y escribir textos bellísimos, este hombre recoge frases escuchadas en su taxi, como la siguiente: “Lo nuestro fue como la manicura permanente. Yo era la uña y Víctor el esmalte. Yo fui creciendo, él no. Historias como esta sólo son bonitas al principio”. El ejemplo es tan claro y tan bien hecho que no pude evitar tomarlo prestado para desarrollarlo un poco. Mi queridísimo lector, ¿qué tanto lleva usted con esa manicura, ese esmalte que por el color, la pereza o cualquier otra excusa no se atreve a quitar? Póngase cómodo, que pretendo robarme su atención por un buen rato.

Es realmente lindo cómo cada día es un inicio en blanco; cómo las posibilidades son de nuevo infinitas, entre ellas encontrarte con gente nueva. Conocemos tantas personas a lo largo o corto de nuestra vida que dejan una marca, tanto para lo que solemos llamar “bien” como para lo que solemos llamar “mal”. El asunto es que hay un punto en que ese amor que uno siente por alguien más (entiéndase “amor” no como “relación de pareja”, sino como lo que es: una fuerza universal, la capacidad de ser con todo lo que nos rodea) tiende a convertirse y/o degradarse en el apego, transformando e introduciendo conceptos como la posesión, la dependencia, la “necesidad” de estar juntos en sentimientos relacionados o incluso derivados del amor. Y mentalmente “normalizamos” este giro inesperado, pues no queremos “perder” a la persona en cuestión. Entonces uno como uña crece y crece, pero ya no barnizada de ese color que tanto nos gustaba al principio, sino manchada con una especie de figura extraña que pretende recordarnos constantemente lo que fue al inicio, dejándonos manipular, excusándonos y tratando de engañar a todos, incluso a uno mismo.

Cada cual tiene su valor y su importancia dentro de este espacio-tiempo donde hemos coincidido; sin embargo, es válido aceptar y entender que no siempre las personas van a aportar “algo” a nuestra vida, y que por más cariño o recuerdos que existan, el esmalte no va a crecer. Por el bienestar propio y ajeno, aprendamos a soltar a esas relaciones lastre que llevamos cargando por tantos años; esas que no aportan, que no producen armonía, que desestabilizan el alma. El apego es complicado de dejar una vez interiorizado, pero se puede tratar de hacerlo las veces que se considere necesario; sólo así uno vuelve a ver su uña, un poco desgastada y seca de tanto aguantar, pero nada que un tiempecito de sanación no componga.

Entonces, el panorama vuelve a abrirse. Otra vez todo es posible (aunque lo ha sido siempre, sólo que el esmalte lo nublaba con su presencia). Y de pronto, gente maravillosa aparece en nuestra vida, ese tipo especial de personas que le añaden un poco de magia a los días y a los minutos, sobre todo a los minutos. Una de esas personas maravillosas me dijo hace no mucho tiempo: “Uno conserva lo que no amarra”. Y henos aquí, distantemente unidos. Les recomiendo a todos que hagan lo mismo, recuerden que el amor verdadero no pide nada a cambio.

La autora

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.