Las prisiones internas

Vivo en una prisión si todo me da igual, si no siento ese deseo de avanzar, de mejorar, de crecer

Cuando me conformo con nada, es cuando me conformo con todo.- Antonio Porchia Hace unos días me encontraba paseando en un centro comercial local con mis hijos y mis suegros que estaban de visita, y gracias a que no tenía batería en mi celular, me encontraba plenamente presente. Escuché el canto de unas golondrinas, y casualmente vi que se detuvieran en uno de los barandales del segundo piso. Me detuve y pensé ¿Qué sentirán? Ellas acostumbradas a volar sin límites, a disfrutar de un cielo con tonalidades maravillosas, a sentir el aire fresco… ¿Qué sentirán al no poder salir de aquí? Me fue imposible no pensar ¿Se acostumbrarán a esta vida y a decir no hay más después de aquí? ¿Se acostumbraran a la rutina de volar la poca distancia, se acostumbrarán a no disfrutar su vuelo como lo hacían antes? ¿Disfrutarán este vuelo o vivirán con la sensación de estar en una prisión? La naturaleza de un ave, es estar en libertad.

La naturaleza del ser humano, es vivir en libertad. Pero sin duda, solemos buscar personas, situaciones, trabajos, circunstancias… que se convierten en una prisión y que nos impiden volar. Y le damos tanto valor a esa prisión, que vamos perdiendo poco a poco la luz que nos caracteriza y nos acostumbramos a vivir sin luz, conformándonos con poco y haciendo nada para cambiarlo. Podemos no darnos cuenta pero vivir en algo o con alguien que nos hace sentir amarrados, sin salida, aprisionados, sin libertad. No solamente es una actividad, una relación o compromiso, tal vez es una amistad, alguna pérdida, alguna circunstancia, algún resentimiento que me impide sentir paz en libertad y que me arrastra a la culpa, la carga, el rencor. Vivo en una prisión si todo me da igual, si no siento ese deseo de avanzar, de mejorar, de crecer.

Vivo en una prisión si me conformo con esto que tengo o esto que hago pero que no contribuye a mi plenitud. Y es necesario romper con todo lo que no te deja progresar, porque a la larga este tiempo perdido te cobrará la factura del “pude y no hice”, “pude y lo permití”, “pude y perdí tanto”. Es un compromiso personal buscar rehabilitarnos de las prisiones internas. Estas no solamente representan alguna adicción, representan a algo o a alguien que me hace sentir menos valioso, que me genera ansiedad, que no me impulsa a crecer como persona. ¿Se te viene alguien o algo a la mente? Decídete a mirarlo. ¿Qué cosas o personas te atan o te detienen? ¿Qué te frustra? ¿Por qué no dejas de repetir lo mismo? Haz una lista, escríbelo. Para salir de cualquier prisión, hay que romper y perseverar con voluntad. Hay que romper la esclavitud y esa prisión dejando de decir “no puedo” y comprometiéndose y decidiéndose a hacer cambios viables.

Todos luchamos contra alguna debilidad o algún vicio, esta batalla la han luchado todos los que nos han precedido. Pero recuerda que Dios se encuentra con nosotros a nivel de nuestras expectativas. Cuando hacemos todo lo que está en nuestras manos, él trabaja con todo lo demás. Si no das ese primer paso, no verás a Dios obrar en milagros, ni tampoco verás tu verdadero potencial Dios está con nosotros en todo momento para ayudarnos a librar esta batalla. Cada vivencia y en este caso, cada prisión, es una lección. Deja la culpa del permití y mira de que manera puedes reconstruir una voluntad de hierro para romper con cada grillete que te detiene. Sólo serás feliz, cuando estés en movimiento y trabajando en tu misión de vida.

Marijose César

Mamá, esposa, terapeuta y coach Internacional por la Escuela Internacional de Coaching en España y en New York University, Certificada en Superar pérdidas emocionales por The Grief Recovery Institute. Experta en Comunicación asertiva.