Hipocresía: Teatro cotidiano

¿Vivir para impresionar al espectador en vez de buscar la realización de sí mismos?

 “ Divide y vencerás”, dice la frase popular que ha pasado, desafortunadamente, de generación en generación. Divide, corrompe, destroza, desune y saldrás triunfante. Lo peor del caso no es la existencia de la oración ni el hecho de que hoy en día se siga pronunciando; lo peor es que realmente existe quién la sabe poner en práctica en su vida sin una pizca de dificultad, siendo consciente del daño que causa a su entorno; justificando el fin con los medios. Suena muy difícil, en primera instancia, pensar en alguien que pudiese encajar o que tenga las características anteriormente mencionadas; y, aunque de verdad quisiera decir que no existen personas que se manejen de este modo, las podemos encontrar en multitud: hipócritas, es su nombre común. Póngase cómodo, mi querido lector, que pretendo adueñarme de su atención por un interesante rato.

Derivada del griego “hypokrisin”, palabra compuesta a su vez por el prefijo “hypo” –debajo de- y “krisin/krinein” –separar, criticar, decidir-, significa en su totalidad “crítica por abajo”. De vuelta en el teatro griego, la palabra “hypokrites” era empleada por los actores, ya que debían fingir, pretender y exagerar los personajes que debían representar al público. De aquí surge todo un comportamiento que comienza siendo totalmente ficticio, hasta que algún individuo, en algún punto de la historia, comenzó a ser ficticio en su rutina, con su persona, con la vida real en general, volviéndonos espectadores de su constante puesta en escena y cayendo en la cuenta que pretendiendo podría ser quien quisiera, con quien quisiera, y que los demás le compraríamos esa realidad. ¿Y qué pasa con aquellos que no se la creían; aquellos que saben y sabían ver un poco más allá, justo donde se oculta la inseguridad, la falta de pertenencia, la falta de autoconocimiento y autoestima? Fue sencillo para el hipócrita resolver este peligroso dilema, pues comenzó a valerse de otra frase, igual de incongruente que la antes mencionada, pero pincelada de cinismo, egoísmo y soberbia: “A tus amigos debes tenerlos cerca, pero a tus enemigos, más cerca”.

Así, poco a poco, construyendo una “realidad” en su vida de ficción, estas personas viven su “normalidad”, y temo que verdaderamente no tienen idea lo obsoleto que es pretender ser alguien más por ambición, atención o esa necesidad de reconocimiento que no existió en un principio cuando podrían ser perfectamente el humano único, inigualable e irrepetible, con cualidades y dones que brillan con luz propia y no máscaras y disfraces que se encienden con luz artificial. Yo me pregunto, ¿a quién querrán impresionar? ¿De quién se ocultarán? ¿Qué querrán demostrar para que deban valerse de armas como el odio, la envidia, la falta de simpatía y el desprecio? En pocas palabras, ¿quiénes son en realidad como para haber suprimido su identidad y forjarse de otra, viviendo sus contados días para convencer a los demás de algo que ellos saben perfectamente que no son? ¿Vivir para impresionar al espectador en vez de buscar la realización de sí mismos? Uno puede engañar al mundo entero, me queda claro; sin embargo, uno no puede engañar al propio reflejo del espejo; uno no puede ver mentiras en su propio par de ojos, o por lo menos eso me gusta pensar al respecto. Mi amado lector, a pesar de todo y aunque tome un cierto tiempo, tarde o temprano se manifiesta la verdad; y todo ese daño, toda esa falacia, todo ese tiempo y energía mal empleada toma un giro inesperado. Si bien uno atrae y recibe lo que da y lo que vibra, le dejo la incógnita: ¿qué le espera a usted?

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.