¡Bienvenidos al circo! ¡Que disfruten el espectáculo!

Peleas, desacuerdos, odio

Peleas, desacuerdos, odio. Estamos tan sumergidos en una ola de reglas, sistemas, modismos y distintas maneras de ver una misma situación, que pensamos que todo aquel que tenga un punto de vista diferente de algo que yo afirmé o haga una acción que difiera de un consejo que yo le di es motivo para crear un gran, innecesario, caprichoso problema. Y hacemos corajes intensos, rompemos lazos y nos alejamos de situaciones y personas que, quizás, no tenían la culpa de nuestras inseguridades por las cuales vivimos creando tanto lío y alboroto. Estamos tan apresurados; pensamos que el momento de vivir la vida está siempre en el mañana, correteándola para que se apresure a sí misma, olvidando por completo que, si para algo existe, es para vivirla. Póngase cómodo, usted y ese par de ojos que me gustan tanto, pues pretendo robarme su atención por un buen rato.

Como siempre, se desencadena una pregunta de lo anteriormente desarrollado; una pregunta que muchos ya habrán reflexionado y meditado. Créame, usted que me lee: nunca está solo en esto de querer saber, querer sentir, querer vivir. No puedo hablar por el mundo entero, pero yo estoy con usted, justo ahí donde no me ve ni me toca, pero, afortunadamente, me siente. No puedo evitar convertir en poesía todo lo que escribo, pero volvamos a la pregunta: ¿Qué necesidad hemos tenido/creado para hacer de todo una discusión?

Póngase a pensarlo por un momento: uno no puede despertarse un día y tomar sus cosas para viajar al fin del mundo, por poner un ejemplo, porque, para empezar, perdería su trabajo, ese al que va quizás por mera necesidad, pues nos hemos sujetado a un modelo mental económico basado en pedazos de papel de colores y piezas de metal circulares que tienen más valor que una persona real y sin pretensiones. Además, se necesita hacer los trámites necesarios y obtener una serie de documentos que aseguren que “puede transitar por el mundo sin problema”, sin saber que el problema en sí se encuentra en la limitación y discriminación de “quién sí y quién no”. Esto suscita en el individuo una serie de sentimientos y rencores, pues ¿quién se cree alguien igual que tú como para privarte de tus deseos? Es así como comienzan los conflictos. Al final de cuentas, la voluntad de uno no existe, pues depende de la voluntad de otro, y otro, y otro… Y, cuando por fin te resuelven, el tiempo hizo de las suyas y llegó a su final.

En la vida, por lo menos en ésta donde nos tocó coincidir, hemos hecho de todo un maldito trámite: la educación, la salud, la libertad, la cotidianeidad en general; incluso el amor se ha convertido en un trámite, pues si un papel legal o religioso no avala tu “compromiso” con alguien más, entonces no existe. La sociedad no permite que las cosas sólo existan para ti, que con que tú lo sepas sea suficiente. No, querido lector. Estamos inmersos en una constante red de demostraciones y espectáculos, como si fuésemos todos parte de una presentación de circo que nunca acaba, siendo la mayoría los payasos que entretienen y la minoría quienes les aplauden y se burlan.

Tanto diálogo, tanta “comunicación asertiva”, tanto “respeto” a la percepción ajena. Si fuese así, no estuviésemos en guerras; no existieran los problemas y las “ofensas”, pues, aunque las palabras tienen doble filo, son las inseguridades de uno quienes deciden tomarlas como algo personal. Son las inseguridades de no “pertenecer” las que han dividido tanto, olvidando que, antes que hombres, mujeres, adinerados, en necesidad, políticos, religiosos, ateos o cualquier otra etiqueta que, voluntariamente, nos hemos adherido, somos seres humanos.

 

 

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.