El basural de la explicación.

Sin necesidad de subtítulo introductorio.

 

María piensa que cuando vuelva a leer estas líneas estará en camino a algún sitio que no es este, haciendo algo que ni siquiera puede imaginar ahora mismo; sin embargo, en este momento es 05 de agosto, 08:21 pm en el reloj, y ella escribe cada una de estas letras mientras afuera reina una necesaria lluvia de domingo.

De pronto, un pensamiento la detiene: ¿Cómo puede ella estar escribiendo acerca de ese futuro que no ha sucedido? ¿De ese sitio que sólo conoce por nombre? ¿Acaso es un reto al tiempo y al espacio? ¿Querer adivinarle las cartas al adivino?

Abrumada, se levanta de la silla por un vaso con agua. La vista de la ventana la tranquiliza un poco. Tras mirar el cielo, piensa cómo su amiga Elsa Alicia le diría que es “la hora gris”, aunque las gotas adheridas al cristal hacen que lo gris de la hora se vea desde una perspectiva distinta a la que Elsa y ella ven siempre (¿siempre?).

La lluvia sigue cantándole a la ciudad su melodía. A María le gustan los días de lluvia, la ponen de buen humor; nunca ha entendido por qué la lluvia es asociada a la tristeza o a la depresión, pero, como siempre, a cada quien le sobran los motivos. Una luz que proviene de algún lugar provoca que vea su reflejo en el cristal, empapado de gotitas de lluvia que ella no siente, pero que su reflejo probablemente sí. Apoya su mano en el cristal dando por hecho que su reflejo hará lo mismo, lo cual sucede de forma indiscutible, con la única diferencia de que su reflejo acaricia las gotas de lluvia sin hacerles daño o desaparecerlas, cosa que ella no puede hacer por su sólida composición corporal. “¿Cómo acariciar una gota de lluvia sin desaparecerla?”, piensa María, esperando que su reflejo le dé una pista o le dibujé la respuesta del otro lado de la ventana, cosa que probablemente no suceda, a menos que así lo quiera María y se siente y lo escriba para volverlo real.

Pero, ¿real? ¿Qué es real? Sí María estaba escribiendo el texto, pero ahora se encuentra frente a su reflejo, pero el texto se sigue escribiendo mientras ella descifra el enigma de la lluvia… Entonces, ¿quién lo lee? ¿En qué momento lo lee el lector desconocido que se encuentra frente al papel de esta revista o, en su defecto, frente a su pantalla de celular o computadora? Usted está leyendo algo que pasó, en términos espaciales y temporales, hace cinco o seis días; pero María ya no se encuentra sentada escribiendo ni frente a una ventana ni dialogando unilateralmente con su refl ejo, sino en otro sitio, tal vez con usted que está leyendo esto. Entonces, ¿cuál de las tres es real? ¿Cuál de las tres se encuentra en su aquí y ahora? ¿Cómo está tan seguro de que tiene la respuesta correcta?

“No hay tanta necesidad de explicación”, se dice María retirando su mano de la ventana y alejándose gradualmente de su reflejo; le consuela saber que en algún basural de algún lugar desconocido hay un arsenal de explicaciones apiladas, una para cada duda (“¿para-cada-duda?”, se repite en su cabeza, impresionada). Se sienta en la silla de la que se levantó hace no tanto tiempo, más intrigada con la realidad y la utopía de lo que estaba al principio de este texto, y continúa escribiendo no donde se quedó antes de levantarse, sino justo AQUÍ donde usted y yo vamos leyendo, con la duda insistente de saber si ella se encuentra hilando todavía estas palabras o difuminándose entre la lluvia o tal vez ninguna.

En fin, como no hay tanta necesidad de explicación, es mejor no intentarle encontrar explicación a la explicación ni al basural ni a la tercia de Marías que desaparecen con-este-punto-final-.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.