El almuerzo de un Rey ½

El niño Rey ya presidía junto con su madre, la reina y regente María Cristina, el Consejo de Ministros

Hace unas semanas y unilateralmente, decreté que merecía unos días de descanso por el verano. Aunque cosa curiosa sucede con los escritores y periodistas, nunca tenemos realmente días de descanso en el calendario. Es decir, viaja uno y la mirada se deslumbra ante otras arquitecturas, iglesias con capillas y remates en puntas afiladas, sabores diversos y en fin, uno se distrae, pero uno nunca está del todo de vacaciones. Revisa uno la prensa del lugar, ve la paja en el ojo ajeno de las autoridades, los errores ortográficos de los diarios locales y no pierde uno oportunidad de pergeñar alguna nota para una crónica, un bosquejo de reseña o de plano, el signo de los libros adquiridos. La mente no la podemos mandar de vacaciones.

Esto último me acaba de pasar. Me fui unos días y como siempre, al bajío mexicano. Las playas ya no se me dan. Nunca se me dieron del todo. Eso de admirar los cuerpos de bellas musas en bikinis contoneándose a la par de las olas, se me dio de joven. Anduve de Mazatlán a la Riviera Maya, de Acapulco y su mítico “Tabares y las ostras” (el primer table dance tierra adentro en México, el cual quedó inmortalizado en un cuento de Carlos Fuentes) a las playas de Colima. De Los Cabos a Bahía San Carlos, Sonora. Eso fue de jovenzuelo. Ahora, imagino por mi vejez con la cual me siento muy a gusto, busco la placidez de la ciudad colonial, el reposo del clima templado y sí, le huyo a la voraz canícula que a los norteños, nos tiene secos de mente, cuerpo, huesos y corazón.

Decía entonces empaqué un par de mudas de ropa y me fui a tres pueblos a corta distancia entre sí: Guanajuato, San Miguel de Allende y Querétaro. En alguna de estas ciudades, deambulando y oteando folios en librerías de anticuario, di con varios libros de colección. Uno de ellos y brevemente para esta nota, es el siguiente: “Yantarse de cuando la electricidad acabó con las mulas” de la pluma de Miguel Ángel Almodóvar, como subtítulo lleva el sugerente resumen, “La historia paralela de la electricidad y de la comida.” Volumen editado para la editorial Nowtilus, de España. Damas y caballeros del jurado, una verdadera aplanadora de pensamiento.

Almodóvar, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, ofrece una visión erudita, renovadora y multifacética sobre la gastronomía española, en su periodo comprendido entre 1843 a 1931, justo cuando se introduce y se planta la electricidad como forma de vida de la sociedad española. Es decir, la modificación de costumbres, la adquisición de nuevos patrones en la vida cotidiana, los nuevos merenderos y restaurantes con la llegada del alumbrado público y sí, el florecimiento de la gastronomía, los fastos, los grandes banquetes e incluso, documenta la aparición del “primer chef mediático de España.”

Ya me acabé el espacio en este liminar, pero en la próxima columna le reseñaré aquí los alimentos de un Rey, Alfonso XIII. Sólo le adelantaré que a sus tres años, el niño Rey ya presidía junto con su madre, la reina y regente María Cristina, el Consejo de Ministros, por lo cual, ante tan fatigosa tarea, imaginamos con el autor, el pequeño gourmet desayunaba diario cuatro huevos pasados por agua, doce bizcochos y un plato caliente a elegir entre un pollo asado con patatas fritas; dos chuletas de ternera, un filete o seis chuletas de cordero…

Caray, buenos estos tiempos donde no se había inventado el colesterol, la grasa, los triglicéridos y todo eso que ahora jode a la alimentación. ¿O ya existían?

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.