‘Aleph’

“(…) Y una vez más estar pensando todo lo que a los otros les bastaba sentir”. –Julio Cortázar

Entender: “Percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace, sucede o descubrir el sentido profundo de algo”. proviene etimológicamente del latín “intendere”, compuesto por el prefijo “in” –que significa “dentro”- y por “tendere” –que significa “estirar, dirigir”: “dirigir hacia dentro”. A lo largo de la vida, nos encontramos con momentos y situaciones en los que nos piden “entender”; eventos en los que, cegados por nuestras ideas preestablecidas que nos rehusamos a cambiar y a aceptar otras perspectivas de las mismas, nos dejamos poseer por un “lapsus estúpidus” y anteponemos lo que nosotros queremos, dejando de lado lo que el otro piense, diga o sienta al respecto. Y pasa el tiempo, ese tiempo tan precariamente concebido, el cual, invariablemente, nos sacude con un golpe de realidad; y es ahí donde surge la pregunta: ¿Después hay después? Póngase cómodo, mi querido lector, que me entusiasma el hecho de robarme su atención, como cada viernes, por un buen rato.

El humano, hasta cierto punto de su vida, vive pensando que su creencia –desde distintos ámbitos- es la única y pura verdad absoluta, la realidad en la que todos, junto con él, convergemos. Cierto es saber que lo que uno siente es verdadero, más es erróneo asegurar que es “real”, pues ¿qué es la realidad sino una cuestión circunstancial y subjetiva? Nadie ve la vida con los mismos ojos, he ahí la razón de cada individuo poseer un par propio. Sin embargo, nos han enseñado tantas cosas y nos han hecho escoger tantas otras que es difícil ver la realidad ajena y aceptar su existencia. En principio, nos rehusamos a entender; a interiorizar, ver, escuchar y sentir la diversidad que nos rodea, quizás por temor a crearnos dudas y cuestionar aquello que algún día nos regaló paz. Y confundimos el concepto de “entender” con el concepto de “apropiar”, pues el acto de entender no significa que uno tenga que forzosamente abandonar sus ideales, sino nutrirse de otros y tomar los que le sean de apoyo en su desarrollo como ser humano.

La zona de confort es siempre más cómoda, no cabe la menor duda; y coincido en que uno debe ser firme y comprometido con sus valores y preceptos, pero es precisamente por eso que uno, a veces, se pierde de la experiencia de entender, porque entender es sinónimo de comprender y empatizar, cualidades que prometen paz y bienestar. Nos encerramos en nuestro mundo… Hasta que algo sucede. Sucede que cuando uno, en su lapsus estúpidus, está a punto de meter una cerveza congelada al microondas, llega alguien a detenerle, a salvarle y salvarse, a hacerle “entender”.

Y la revelación se manifiesta en un segundo infinito, en un “aleph” que amplía el panorama por completo, entendiendo, por fin, que no siempre lo que uno piensa es lo que todos debiesen pensar y que todas las acciones tienen consecuencias; que, aunque la muerte ronda en cada esquina, existe quien haga que disfrutes tus días como si mañana nunca llegara; que siempre hay alguien que te cuida, que te apoya, que te acepta y respeta sin condiciones impuestas, así como hay quien no desea estar contigo y ello no quiere significa que uno valga menos o deje de ser una persona maravillosa; que, mientras sea benéfico, es mejor irse o, en su caso, volver; que para estar bien con otros es primordial estar bien con uno mismo, amando al ser que uno refleja todos los días en el espejo y aceptando al amor como pieza fundamental para el buen funcionamiento del ser humano.

Que siempre existe la posibilidad de cambiar de opinión cada cinco segundos, que en la vida no hay coincidencias, que todo lo que uno da es eventualmente multiplicado y que, si la vida parece ser un desastre, pues mejor hacer de ella el más bello de los desastres

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.